LA LUZ
La escena presenta a un padre y a un hijo, sin embargo, los roles establecidos parecen aquí intercambiados. Alton (el hijo) adueñado de una increíble entereza le dice a Roy (el padre) que no debe tener miedo, que no tiene porque preocuparse. A esto el padre contesta que siempre se preocupará pase lo que pase de el, que ese es el trato aunque el niño insista en que no hay motivo para hacerlo. La escena funciona admirablemente en la sencillez expositiva que elige Jeff Nichols al filmar los rostros, tanto el del padre como del hijo, en diferentes distancias focales. La cámara del cineasta muestra natural y cercana la emotiva belleza del amor incondicional de alguien que daría su vida por otro, estableciendo un equilibrio esencial de encuadres asistimos en poco menos de cuatro minutos al despliegue total del discurso del cineasta: la frágil dimensión de la familia y el amor virtuoso.
La figura paterna ha sido desde siempre fundamental en el cine de Steven Spielberg hasta el punto que deja de ser solamente contributiva para forjar un ideario de autor que marca y apoya sobre esta imagen la voluntad expresiva, obsesiva y narrativa de su obra. El padre pasa de ser un cuerpo ausente, tanto en primer plano como fuera de foco, para convertirse en pilar básico de salvación.
Recordemos la reflexión inicial de sus primeras películas alrededor de un padre irresponsable, ensimismado, que deja de lado las responsabilidades familiares para satisfacer las suyas propias. Por ejemplo el Roy Neary de Encuentros en la Tercera Fase cuya mirada se dirige a la ciencia y al descubrimiento paranormal antes que a la de sus hijos, o la de ese Elliot de E.T escapando del fantasma de un padre ausente, que decide abandonar el núcleo familiar dejando una huella sensiblemente dolorosa en su hijo. Sin embargo, la misma figura paternal va evolucionando al mismo tiempo que las obras del cineasta se oscurecen. En la dupla Minority Report y La Guerra de los Mundos el padre encarnado por Tom Cruise representa la otra cara de la moneda al proyectar en ellos un fuerte símbolo de entrega y sacrificio. Siguen siendo arquetipos familiares con trazas irregulares en su conducta pero los ennoblece y divide en varias capas.
Es verdad que Nichols abraza en Midnight Special, alguno de los recursos e imaginarios del cine de Spielberg (también Carpenter o Shyamalan), pero no los usa gratuitamente sino que arroja o vierte sobre ellos una mirada pensativa que deriva en (re)construidos vehículos estéticos. La imagen que desprende Nichols es la de un cineasta con devota predilección por el arte de narrar historias, y como aquellos autores, prioriza en el relato el dinamismo de acción, suspense y ritmo en una escritura lúdica más dispuesta a enfocar directamente que a manejar ambigüedades. El director dispone la inteligencia de aparentar sencillez en una puesta en escena sin aspavientos formales que falseen su trasvase al cine espectáculo con un brillante dominio en la composición de encuadres y un bellísimo uso del formato cinemascope. Midnight Special es el testimonio de una huida hacía delante, una road movie épica que halla en lo suburbial el camino repertorial del género fantástico. Abre directa sin preámbulos o presentaciones, encaminada sin freno al despegue de su formidable último acto, mostrando por el camino una emocionalidad sin precedentes, austera, frágil, llena de misterios y enigmas.
En sintonía con los aires autorales de Nichols experimentamos también en Midnight Special una obsesión capital por el aislamiento.
Contrasta la mirada claustrofóbica del hombre moderno, inseguro, perdido en los avatares de la sociedad del miedo con la filmación de espacios abiertos aprovechados en toda naturaleza por el formato anamórfico. El inabarcable alcance del paisaje en Nichols no se debe al azar sino a la metáfora de un cine cósmico que irrumpe en la psicología de los personajes. El constante ritmo de amenaza presente en las películas del cineasta recuerdan lo desconocido de una sociedad contemporánea en constante crisis de identidad ante pesadillas paranoicas y la alerta apocalíptica del siglo XXI.
Rueda una América suburbial de carreteras y parajes perdidos. Una América profunda de moteles de carretera, ranchos apartados de la civilización, tenaces creencias religiosas y convicciones puramente norteamericanas. Esto mismo cobra sentido en la mitomanía que desprende la cámara de un director con apego a la cultura y luz de su país.
Precisamente esta alusión nos lleva hacía la luz, otro de los campos fundamentales de la cinta. Mediante ella (lo luminiscente), y el uso del color, existe una voluntad de expresión, una fuente de recursos que dicen mucho de las motivaciones de personajes o sus sensibilidades. Variable paleta de colores que van desde el azul de la noche personificando la gélida soledad de una huida, hasta el rojo cálido de los neones, o el amarillo intenso del amanecer. Incluso hay detalles en el vestuario y los pequeños matices tonales de uno u otro personaje, o por ejemplo esa presencia de Altón bajo una sabana de color blanco como símbolo de pureza e inocencia. Es pertinente afirmar como las imágenes de la película marcan a través de las luces, bien naturales, desde el exterior, interfiriendo como haces en una habitación, o artificiales, saliendo directamente como rayos de los ojos de Alton, o como destellos artificiales desde el cielo, un equilibrado estudio de composición cromática.
Quiero hacer especial hincapié en un plano concreto del filme, aquel donde el director abarca en un hermoso plano general a los padres de Alton de espaldas agarrados de la mano, mientras en el centro del plano vemos al niño jugando con piezas de mecano. La armonía del instante plasma, sin apenas subrayarlo, el feliz pasado de la pareja y sin mayores explicaciones sobreentendemos el dolor de una familia desestructurada. El plano es sostenido en derredor del foco de dos luces de lámparas a cada uno de los lados del encuadre. Austero pero apasionante Nichols adivina en el contracampo de este precioso plano la mirada de Lucas, amigo fiel de la infancia de Roy.
La subjetividad de ese plano articula el origen de un personaje testigo que es el nosotros en la cinta. Un hombre que observa con distancia, que entiende a Roy mas allá de las dudas o del asombro por los acontecimientos sobrenaturales que están viviendo.
La escritura de Nichols conserva un rasgo prominente en la consecución de los gestos cotidianos descritos con delicada maestría. No contamina la escena con recursos de montaje, pero mantiene vasos comunicantes entre los hilos de sus personajes los cuales lastran pasados sin la absoluta necesidad de ser enfocados en pantalla. Parece que actúa así porque considera el gesto y las pequeñas alusiones la formula más dramática para sus historias. Por ejemplo en Midnight Special lo que puede dar sensación de vacíos de guión o agujeros narrativos de la trama, podrían perfectamente ser resultado de esa búsqueda del cineasta por no ceder en su manejo de la acción continuada. Existen pues, preguntas sin respuestas como el origen biológico de Alton, puesto que aunque nos atenemos a la materialización de un padre y una madre no albergamos en su totalidad una certeza que sobreexplique la extraña condición del chico. Incluso podríamos llegar a pensar en un enviado del cielo, un niño no engendrado que fuera puesto en manos de la pareja. Esto que suena delirante entronca con el plausible discurso fanático religioso que puebla la película.
Es más, yendo un poco más lejos, me gustaría pensar que Nichols reproduce el viaje de Alton a modo de comic, desde unos arquetipos heroicos. Roy el padre superhéroe, Lucas su fiel compañero, Sarah (conexión emocional), la madre relegada a un segundo plano pero de vital importancia en la resolución de la cinta, y las autoridades mismas (el sistema) como los villanos del relato. Luego aparte están las evidencias visuales: Alton leyendo los comics en el coche bajo la luz de su linterna.
Resulta muy evidente la vocación romántica en el cine de Nichols. Por los gestos antes nombrados, por la marcada reflexión acerca del paisaje, infancia, consanguinidad familiar, y el amor en cualquiera de sus formas. Su anterior película Mud cerraba con un primer plano clarividente lleno de esperanza (la inmensidad del Misisipi reflejada en los surcos de un rostro) y esa idéntica oda final tiene continuidad en Midnight Special con otro gran primer plano en donde vemos reflejada en las pupilas de Roy, esa LUZ portadora de esperanzas y amores infinitos. Quedarse en la superficie de Midnight Special viéndola simplemente como nostalgia a un pasado del género venerado por muchos cineastas de su generación es quedarse corto. A buen seguro, y en la medida de lo posible, es coincidente en resonancias e imágenes pero aspira en conjunto a integrarlas nuevamente en un imaginario actual, completamente renacido.
David Tejero