Tres recuerdos de mi juventud
I. LO ERES…
¿Crees que soy bonita? Una frase que me es tremendamente familiar, le preguntaba Esther a Paul Dedalus la primera vez que mantienen una conversación en el parque junto al instituto. Esa escena que luce en apariencia descuidada, donde las miradas de compenetración y los pequeños gestos tienen tanto significado, me vienen ahora mismo a la mente como dulces palabras al oído.
Desplechin conjura una suerte de primeros y primerísimos planos en la escena. Planos que poco a poco van recortando distancias, robando el aire para que los rostros de ambos adolescentes viertan primorosos esa inquietud prematura, ese nervio de los que todavía sienten emociones frescas llenas de titubeante ansiedad.
Filma las bocas, los labios, los ojos, el pelo, con vértigo, y nunca fija demasiado a ninguno de ellos en el marco del encuadre. Se mueven, esquivan la cámara, pero al mismo tiempo la devoran con esa frescura que tan difícil es de hallar. Plasma el coquetear y nos seduce a nosotros respirando junto a sus personajes. Ya hace varios meses que vi la película sin embargo no olvido esa escena, así como tampoco me quito de encima otra en donde Paul y Esther están contemplando obras en un museo. Esther le pide a Paul que la compare con un cuadro de Hubert Robert. Paul entonces se esfuerza y comienza a describir cada una de las partes del lienzo. Un paisaje italiano abandonado, unas ruinas que simbolizan un tornado: “esa eres tu Esther, con tu salvaje fuerza que todo lo arrasa”. Y yo, dice Paul, “soy como el hombre de la capa roja, una mancha roja como tu boca. A lo lejos, el agua de esa fuente eres tu fluyendo entre mis dedos. Estás allí arriba todo el tiempo“.
Me fascina que Desplechin, mediante sus dos adolescentes, le de al amor, a la pasión, esa descripción artística, de obra que emana tantas sensaciones distintas sujeta a la premisa del cine, de la filmación, de lo que está siendo narrado ficticiamente.
Son ideas vagas, al igual que vagas las esencias de la obra, intacta a dejarse mancillar por las similitudes o comparaciones anteriores a la que se agarran casi por derecho todas las producciones francesas que provienen o surgen de la nouvelle vague. Desplechin lógico y fiel a su cine no elude por completo esa dependencia, pero no es la premisa, ni debería ser nuestra trucada manera de acercarnos a ella. Ensimismada, por medio del efecto onírico del cine Tres Recuerdos de mi Juventud proyecta un poder alucinatorio.
El deseo escrito en una sincera carta, de esas que mil veces antes de enviar releemos una y otra vez, con la voz quebrajosa, por el pánico a que no seamos comprendidos. Antes, cuando echábamos las cartas al correo nos quedaba la hermosa duda de que estas llegaran a su destino, que fueran leídas por las personas a las que iban dirigidas, ahora, por desgracia, o por suerte, el remitente o el sello de una epístola es cambiado por el doble check azul de un whatsapp. Queda todavía la ausencia, la incertidumbre, de la respuesta al otro lado, pero sin embargo ya no tendremos nunca esa emoción suspendida, de lo que es no saber, no con total visibilidad, a donde van nuestros recuerdos.
Y entonces ella me preguntaba con esa voz que me